de una cigarrería estaban, entre otros muchos.
Casualmente sus miradas se encontraron,
y el ilícito deseo de sus cuerpos
expresaron tímidamente, con vacilación.
Después, unos pocos pasos inquietos en la acera -
hasta que sonrieron, y se hicieron una leve seña.
Y enseguida ya el coche cerrado...
el acercamiento sensual de los cuerpos;
las manos unidas, los labios unidos."
La vitrina de la cigarrería. Constantino Kavafis. Poemas canónicos. 1895
La tempestad. Giorgione. 1508
Oleo sobre lienzo. Galería de la Academia de Venecia
Configuración de dolor. Carboncillo sobre cartón. 2006
No conozco esta parte de la ciudad. Poco a poco los edificios son reemplazados por pastizales y cultivos. Avenida solitaria. Las luces de la ciudad van quedando atrás. Es luna nueva. Sobre el cielo completamente negro, un relámpago. Poco a poco, el auto se detiene en la mitad de la nada. De repente, su mano en mi cabeza me acerca hacia él. Me besa con ansiedad, cubriendo mi rostro con su saliva, introduciendo su lengua en mi garganta. No puedo evitar sentirme excitado. Muerde mis labios. Me abraza con fuerza, haciendo crujir mis costillas. Abruptamente, empuja mi cabeza sobre su sexo, que sobresale de sus pantalones abiertos. El olor de su masculinidad me abruma. Sujetándome del cabello, mueve mi cabeza hacia arriba y abajo con brusquedad, hasta encajar su sexo en lo mas profundo de mi garganta, donde lo sostiene por algunos segundos. No puedo respirar. Las arcadas llenan mis ojos de lágrimas. Me suelta y sale intempestivamente del auto. Me indica que lo siga. Entramos en el campo, sembrado de mandiocas (Manihot esculenta). Su voz no parece la suya. Su olor, curiosamente familiar. Del poste de alumbrado al borde de la carretera, pende un farol donde se agolpan las mariposas nocturnas. No aquí, un poco mas allá. Alguien podría vernos. Las gotas de lluvia empiezan a caer. Me besa de nuevo. Me pide que me desnude y obedezco. Me gira con un solo movimiento. Escupe sobre su mano. Siento la presión de su sexo. Con un empujón está dentro de mí. Su respiración es pesada. Volteo el rostro para verlo. A la intermitente luz de los relámpagos, su rostro luce diferente. Caigo en cuenta. Es una expresión que ví antes. Es un olor que sentí antes. Es la segunda venida del Señor de las Abejas. La Madre mencionó en una ocasión que él había muerto hace algunos años en un trágico accidente, junto con su esposa y su hijo pequeño. Sin embargo, no puedo evitar sentir su presencia punzante. No parece contento de que lo observe. Con su mano sostiene mi rostro contra el fango del suelo mientras continúa su movimiento. De pronto, la palpitación de su carne. Una sensación cálida. Luego se retira. La lluvia cae copiosamente. Con mi camiseta trato de limpiarme el lodo del rostro. Me doy vuelta y veo que se ha ido. A lo lejos, el ruido de su motor. Al salir del sembrado, la carretera desierta. A lo lejos, al este, el resplandor de la ciudad desdibujado por la niebla. En mi boca, sabor a sangre. Alrededor del farol, un halo dorado. Sobre un charco de la carretera, una mariposa muerta que oscila con la lluvia que cae.
"Dentro,
muy dentro,
incrustado en mi interior,
en mi cerebro
loop implacable,
mi voluntad destruyó"
Maligno. Aterciopelados.
Caribe atómico. 1998. BMG - Entrecasa
Ufff, qué brutalidad. Y con cuánto egoísmo entienden algunos el sexo. Este "Señor de las abejas" sin duda era un tipo de cuidado (por decirlo educadamente). Y creo que duele más la humillación que el daño físico. Hoy he sufrido, aunque en la distancia, con la historia. Una de las cosas que más me cuesta entender en el mundo es el enorme egoísmo de algunos, que suele estar acompañado de una inmensa cobardía. Suelen aparecer juntos, como el trueno y el relámpago. Saludos y un cálido abrazo.
ResponderEliminarEstimado Roberto: Efectivamente, la carne y los huesos sanan y sus heridas se cierran gracias al mágico tejer de las células que los remiendan con sus sutilísimos hilos. Sin embarco, la psique no tiene fibroblastos que la hagan cicatrizar y aunque el olvido ayuda a seguir, sigue teniendo heridas que de cuando en cuando podemos hurgar y duelen
ResponderEliminarGracias por seguirme y leerme.
ResponderEliminarTodos mis abrazos.
Muchas gracias por tu visita, Alvaro. Es un placer leerte.
ResponderEliminarEs la primera vez que leo tu blog y me ha gustado bastante , me parece que tienes un estilo muy peculiar y como filólogo clásico no me pude resistir a comentarte.
ResponderEliminarSeguiré leyendote
Estimado Boeciano: Es muy gratificante que tengas una buena opinion de este pequeño proyecto. Haré lo posible por mantenerla en lo sucesivo. Un abrazo
ResponderEliminar...estoy indignado. Comparto el sentimiento de Roberto T...
ResponderEliminarEstimado Un-angel: muchas gracias. Lo peor seria que el lector se quedara indiferente. en ese sentido se ha cumplido el cometido de transmitir algo. Fuerte abrazo
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