martes, 16 de octubre de 2012

Cathartes aura regnans

"Entonces llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas."
Isabel viendo llover en Macondo.  Gabriel García Márquez. 1968
Napalm.  Oswaldo Guayasamín. 1976
De la serie La edad de la Ira. 
Oleo sobre lienzo.  Galería Nacional de Praga

"voy
mirando, algunas veces,
al cielo
bajo,
que refleja
la luz de la sangre roja derramada,
avanzo
muy
penosamente, hundidos los brazos en espesa
sangre,
es
como una esperma roja represada,
mis pies
pisan sangre de hombres vivos
muertos,
cortados de repente, heridos súbitos,
niños
con el pequeño corazón volcado, voy
sumido en sangre
salida,
algunas veces
sube hasta los ojos y no me deja ver"
Crecida.  Blas de Otero.  Expresión y Reunión.  Alfaguara 1962

Autoretrato con uniforme.  Ernst Ludwig Kirchner  (1915) 
Oleo sobre lienzo. Allen memorial Art Museum. Oberlin (Ohio)

"Pero ¿qué me importa a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me importa a mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar"
Bodas de sangre. Federico García Lorca. 1931
El martirio agiganta a los hombres raiz.  Pedro Alcántara Herrán. (1966)
Grabado.  Museo de Arte Moderno La Tertulia, Cali.


En la pequeña tienda del pueblo no venden cigarrillos mentolados. Solamente tabaco rubio, sin filtro, de ínfima calidad.  Enciendo uno apoyado sobre un costado de la ambulancia, estacionada bajo el diminuto techo de lámina de zinc, toscamente improvisado junto a la entrada del hospital. La lluvia tamborilea incesante sobre el metal. Casi tres dias de lluvia continua, como si el cielo se hubiera roto.  Las espirales del humo se rompen rápidamente en la cortina de la lluvia.  El aire se llena de olor a moho y lodo recientemente removido. Compruebo, con sobresalto que en un rincón, junto la puerta trasera de la ambulancia, se encuentra la figura de un hombre que no estaba allí hace una fracción de segundo.  Sin haber hecho ningún ruido.  Como si se hubiera materializado de entre la niebla.  Joven y moreno. Pequeña estatura. Raído y empapado uniforme de camuflado. Enlodadas botas negras de caucho. Barba de varios días. Expresión indiferente. Vacía.
-Se necesitan sus servicios
-¿Una urgencia? Claro, siga adentro y que la enfermera tome sus datos.  Lo alcanzaré en un segundo.
-Aqui no.  Se necesita allá
Con el índice señala la direccion general en el turbio cielo hacia donde se levanta la cima de la montaña.
-Pero no puedo. Estoy solo yo. ¿Quien va a atender a la gente del pueblo si pasa algo?.
-No es un favor lo que le estamos pidiendo. Es una orden
Levantando un poco la falda de su chaqueta, deja ver la empuñadura de una pistola, que asoma bajo la cintura de su pantalón
-Que clase de emergencia es?
-Allá se le darán los detalles
-Pero como voy a saber que se va a necesitar?
-Lleve solo lo indispensable
-Voy a necesitar entrar por unas cosas primero.
-¿Esta maleta? La enfermera ya me la pasó.  Arranquemos pues.
El largo recorrido por la empinada ladera de la montaña, sin una sola palabra.  No ha dicho ni siquiera su nombre. Me ha ayudado un par de veces a salir de los tremedales de lodo donde me quedo atascado de cuando en cuando.  La densa vegetación del monte, la densa niebla, la lluvia incesante hacen imposible cualquier intento de orientación.  Solo se sabe que vamos hacia arriba. Siempre hacia arriba.  El monte decrece gradualmente ante la tenue atmósfera de las alturas. algunas plantas ralas y achaparradas. Densos cojines de esfagnos rezumantes de agua, sobre los que es difícil pisar sin caer. El punzante frío del páramo.  Luego de nuevo el descenso por el lado contrario de la montaña, sobre la abrupta pendiente. En un claro del monte, algo parecido a un asentamiento humano.  Algunos plásticos extendidos entre los árboles. Algunos chinchorros alineados en fila. Una especie de choza de tablones, guaduas y plásticos.  Un par de bancas hechas de árboles aserrados a lo largo. Una zanja de poca profunidad, cavada en la tierra.  Un hombre, igualmente de camuflado,  fuma un cigarro enorme a la entrada del campamento improvisado.

-Comandante, aqui le traigo su encargo.
-Ya era hora. Tendrían que haber llegado hace hora al menos.  Pensé que había tenido que quebrarlo en el camino.
-Ya sabe como es esta gente.  Hizo el recorrido mas en cuatro patas que en dos. 
El comandante estrecha mi mano con la suya, fría y viscosa. 
-Bienvenido. Este es el ejército del pueblo.
Hace un ensayo de sonrisa cortés que deja ver el espacio vacío donde estuvieron sus premolares.  Sus ojos pequeños, ocupados casi enteramente por sus iris oscuros, solo dejan ver algo de blanco cuando mira hacia los lados. Su voz se estremece con una vibración, como si fuera producida por un enjambre de grillos que viviesen en la cavidad vacía de su pecho. 
-Usted me dirá en que puedo ayudar.


Laberinto de carne.  Acrílico sobre cartón. 2012
-Es uno de nuestros efectivos. Tuvo un accidente. Con un explosivo. Necesitamos que usted lo opere. 
-¿Aqui?
-Si, aqui mismo.
-¿De que?
-Varias cosas.  Es mejor que entre y lo vea.
Un cuerpo pequeño se retuerce y queja en el suelo en medio de un charco de sangre.  Mortalmente pálido. Su mano derecha, envuelta en un vendaje sangriento. su ojo derecho, cubierto por un parche bajo el que se escurren pequeños hilillos de sangre.  Una pelusa de bigote se insinúa sobre su labio. Su piel marcada por el impacto de centenares de esquirlas.  Pide agua, con un hilo de voz.
-Empiece primero por la ingle, es donde está sangrando más.
-Pero si es apenas un niño
-Tiene dieciocho
-Como que dieciocho? si apenas le empieza la pubertad. 
-Lo que pasa es que es de constitucion pequeña.  A ver, dígale al doctor cuantos años tiene. Conteste pues
-No es necesario, si usted lo dice asi será.  Y como voy a operarlo sin anestesia?
-Tenemos esto
-Esto es de uso veterinario
-Pues sirve igual. 
-No. Es peligroso. La dosis necesaria para mantenerlo lo suficientemente quieto podría ser mortal.
-Entonces mejor tenga cuidado.
-Necesito alguien que me ayude.  Y canalizar una vena.
-Ya tiene una canalizada.
-Hay que ponerle liquidos por las dos. está perdiendo mucha sangre.  Donde esta mi maleta? Necesito el equipo de sutura.  Alguien puede decirme que fue lo que pasó?
-Estaba encargado de asegurar el perímetro.  Le explotó una mina. Fue un accidente.
-Pero que es esto? Alcánceme la pinza con garra.  Un tornillo?
-Un tornillo, si. Las minas llevan eso como metralla. Y clavos también.  Yo le saqué una docena o así antes de que usted llegara.  Y mierda. Se le pone para que se envenenen las heridas.  Ojalá haya traído hartos antibióticos.
-Afloje el torniquete.  Un poquito nada mas. Con cuidado. (un chorro de sangre tibia cruza sobre mi párpado) No, no más. Aprételo de nuevo. Rápido.  Suelte, yo me encargo.  Este hilo de sutura es demasiado grueso. No, no puedo apañarme con este. Es imposible.  No puede suturarse una arteria con esto.  Podría alguien limpiarme la cara, por favor?
Mas sangre. Tanta sangre.  Es difícil de creer que un cuerpo tan pequeño contenga tanta sangre. 
-No creo que pueda hacerse nada por la mano. No aquí al menos.  Si pudiéramos transladarlo al hospital de la capital...
-Imposible.  Va a tener que hacer lo que pueda pero aquí mismo.
-Entonces habrá que amputar. 
Las moscas sobrevuelan en círculos ambplios y estrechos, en todas las direcciones. 
-Pueden hacer algo para espantar todas estas moscas?
El procedimiento avanza, dolorosamente lento.  las moscas han cedido su lugar gradualmente a las mariposas nocturnas que enjambran alrededor de la lámpara de gasolina. La arteria radial se ha ligado, por fin.  El radio y la ulna han sido aserrados.  Los restos sangrientos de la mano han sido retirados. 
-Y el ojo? puede hacerse algo por el ojo?
-Me temo que no.  Hay que enuclear.  Si se deja, las defensas del cuerpo podrían atacarlo. Y dañar el ojo bueno también.
-No le encuentro el pulso.
-Está en paro.  Saque las ampollas de adrenalina. Están ahí, en el bolsillo de afuera. 
La caja torácica cruje con cada compresión, durante el masaje cardiaco. 
-No hay pulso todavía.
-Sabe dar resìracion artificial?
-No.
Los pulmones se expanden tímidamente con cada ventilación.  Su rostro sabe a vómito y sangre y lágrimas.
-Agarre la linterna. Está en este bolsillo.  Mirele la pupila del ojo bueno.
-Está abierta. Muy abierta.
-No se cierra con la luz?
-No
-Nada?
-Ni un poquito.

Los hombres recogieron al muerto, con la misma sábana sobre la que estaba tendido y lo sacaron afuera asiéndola de las esquinas.  Recojo el instrumental desperdigado y lo guardo en la maleta.  Todo lo cubre el insistente olor de la sangre. 

-Hice todo lo que pude. 
-Lo que pudo no alcanzó.
-Van a respetarme la vida?
-Todo depende
-De que?
-Hay otro servicio con el que necesitamos que nos colabore
-Si está a mi alcance...
Se acerca más de lo necesario para una conversación casual.  En la superficie negra y vidriosa de sus ojos pequeños, me veo a mí mismo, como en un espejo.
-Seguro que sí.  Le hemos hecho el estudio de inteligencia.  A todo el que entra a esta región se le hace.  Sabemos de su mamita, allá en la casa junto a la estacion de buses, en la capital.  Sabemos también que frecuenta ciertos lugares. Lugares solo para caballeros, por decirlo así.  Lugares de mala reputación.
-Pero que tiene que ver todo esto con nada?
-Verá usted, el finadito que usted no pudo salvar, además de ser un buen combatiente, tenía otra función muy importante.  Era nuestra cantimplora.
-¿A que se refiere con eso?
-Pues, que pasaba de mano en mano, como una cantimplora.  Usted entenderá que esta es una parte muy aislada del mundo, y los hombres tenemos necesidades.  Hemos pedido a la linea de mando que nos mande muchachas, pero las muchachas por aquí escasean, y son difíciles de reclutar. Así que tenemos que arreglarnos con lo que resulta.  Antes se podía mandar a los hombres al pueblo de civil, para que fueran donde las putas, pero ahora el pueblo está muy vigilado.
-¿Y yo que tengo que ver?
-Pues usted que ya tiene experiencia en el tema, no le importará colaborarle a los muchachos un poco antes de que se vaya. 
-¿Colaborar con que?
-Usted sabe. No necesita hacerse el guevón.
El metal del cañón de la pistola, al deslizarse por mi mejilla se siente vivo, como una serpiente exepcionalmente fría. 
-Tengo alguna alternativa?
-No si sabe lo que le conviene. Hay que mantener alta la moral de la tropa.

Los hombres mojados se congregan, con sus uniformes mojados, enlodados, enmohecidos.  Sorprende que sobre ellos no crezcan las setas venenosas, ni los líquenes, ni los musgos, ni florezcan las bromelias que florecen en las oquedades de cada árbol de este monte. 

-Al menos podrían lavarse un poco, primero?
-Aquí nos bañamos cuando se cumplen dos condiciones: Una que el enemigo esté lejos y el combate afloje. Y dos: que encontremos un río. Y hace bastante que no se cumplen. En todo caso, a callarse, que se nos tira la fantasía.  Mas bien siga chupando. 

Los cinturones se desabrochan y las hebillas golpean contra el suelo. 

-Vení pues que ya te toca
-No, yo no voy, que yo no soy marica.
-Ni yo tampoco.  Pero aprovechá que quien sabe hasta cuando.  Acá el truco es decirse a uno mismo "esto es una mujer" y ya.  Y además este sí la sabe chupar.  Y el culo le aprieta rico. Mucho mejor que una mujer, que cuando se calienta y se lubrica, se abre tanto que no se siente nada.  Aquí si se puede uno regar a gusto.

La lluvia se filtra a raudales por entre los plásticos que sirven como techo.  Los hombres empiezan a roncar, envueltos en sus chinchorros. 
-Le colocamos la cadena?
.No, para que.  Igual si se va a ir solo en plena noche el monte se lo come.  Déjelo ahí y mañana temprano sale con él para el pueblo.  Nosotros desmontamos esto y nos encontramos en las otras coordenadas. 
-Y el muñeco?
-En la chonta que no se usó.  No es sino cavar mas hondo y ahi lo enterramos.   Pero mañana nos ocupamos de eso.

El viento furioso de la tormenta levanta las lonas mal atadas a los tablones de la pared.  Al otro lado, la oscuridad completa de la noche se rasga por la furia de los relámpagos, que revelan el rostro del pequeño muchacho muerto, boca arriba, de frente a la lluvia que lava su rostro sin amortajar.

Humanity (parte I). Ennio Morricone. 1982
Banda sonora de The Thing (John Carpenter). Varèse Sarabande


Concierto No.1 op. 10 "La tempesta di Mare" en Fa Mayor,

Banda sonora de Dark Water.   (Walter Salles. 2005)