"Una noche, el alma del vino cantó en las botellas:
"¡Hombre, hacia ti elevo, ¡oh! querido desheredado,
Bajo mi prisión de vidrio y mis lacres bermejos,
Una canción colmada de luz y de fraternidad!"
Las flores del mal. Charles Baudelaire. 1861
"Así voy a galopar toda la noche, impetuosa,
hasta que tu cabeza sea una piedra, y tu almohada un pequeño prado
que retumba, retumba.
¿O te traigo el sonido de los venenos?
Esto ahora es la lluvia, el gran silencio.
Y éste, su fruto: blanco de estaño, como el arsénico.
He sufrido la atrocidad de las puestas de sol.
Calcinados hasta la raíz
mis filamentos al rojo arden y se erizan como una mano de alambre.
Ahora me rompo en pedazos que vuelan como clavas.
Un viento de tal violencia
no soportará espectadores: Tengo que gritar.
Estoy habitada por un grito.
De noche aletea
buscando, con sus garras, algo para amar.
Me aterra esta cosa oscura
que duerme en mi;
Todo el día siento sus movimientos de felpa, su malicia.
Las nubes pasan y se dispersan.
¿Son esos los rostros del amor, esos pálidos irrecuperables?
¿Por algo así se agita mi corazón ?
Soy incapaz de otro conocimiento.
¿Y esto qué es, este rostro
homicida estrangulado entre las ramas?
Sus ácidos ofídicos sisean.
Petrifica la voluntad. Estas son las faltas lentas y aisladas
que matan, matan, matan."
El Olmo. Sylvia Plath. 1963
La musa verde. Albert Maignan. 1895
Oleo sobre lienzo. Museo de Picardie d'Amiens
El espejo del baño es un trozo de cristal pegado a las baldosas de la pared. La superficie reflectante ha sido carcomida por la humedad. Tiene una esquina rota. Desde el espejo, mi reflejo mira con cansancio. El círculo oscuro alrededor del ojo ha migrado un poco hacia el pómulo. Los hematomas del cuello han pasado del violeta al verde amarillento. La nariz un poco hinchada aún. Sábado en la noche. En el pasillo retumban los acordes de la música tropical. Los hombres del mar ríen y hacen sonar sus fichas de dominó. Las enfermeras han subido a hacer bajar el volumen de la música un par de veces. Pronto, golpes en mi puerta. Un vaso de aguardiente. No quiero, pero trato de beber lo más que puedo mientras lo vierten en mi boca, se escapa por mis comisuras y se derrama un poco sobre mi pecho. No. Ahora no puedo quedarme. Me gustaría pero tengo un compromiso. Los pasillos desolados del hospital con su omnipresente resplandor fluorescente se hacen intolerables. Sin rumbo vago por las calles adormecidas de la ciudad. De nuevo, la entrada sin marcar del bar. Pido una cerveza. Es amarga y no tengo intención de beberla, pero es lo más barato que se puede pedir. El aire vibra con fragmentos de conversaciones ajenas que trato de reconstruir, entremezclados con música pasada de moda. Alegrías y desgracias de los desconocidos con sabor repetido. Una mano sobre mi hombro me trae de vuelta de mi divagación. Un rostro familiar que sonríe. Busco en el pasado. Es JL, a quien no he visto en años, desde el final de la secundaria. Apreta mi mano enérgicamente y me invita a sentarme en su mesa. Este es mi amigo M. Este su novio. Mucho gusto. Un placer. M saluda con una sonrisa luminosa, de dientes cuidadosamente regulares. Grandes ojos brillantes y expresivos. El tacto de su mano es extraordinariamente suave. Su novio permanece abrazado a su espalda, como un koala asido de su madre, y a intervalos regulares mordisquea el cartílago de su oreja. Delgado. Pálido. Barba de tres días. Ojeras oscurecidas. En la mesa, el licor desaparece de la botella rápidamente. JL me pone a tanto de las incidencias de su vida en los últimos años. Terminó la universidad. Empezó su propio negocio de accesorios para señoras. Continúa cultivando la apariencia de una heterosexualidad fingida ante su familia. M trabajó en la capital, incursionando con poco éxito en roles menores para la televisión durante algún tiempo. Luego tuvo que regresar, y dedicarse a dar clases de pasarela y modelaje a adolescentes mimadas. El novio intenta sin muchas ganas adelantar una carrera universitaria en algo relacionado con la literatura. Se besan despreocupadamente, haciendo oir los chasquidos húmedos de sus lenguas. M se ha cansado, por fin del ambiente del bar y decide que es momento de ir a bailar a una discoteca. Se sorprende al escuchar que nunca he estado en una. Han dicho que no es inconveniente que no tenga dinero. Que debo acompañarlos. El automóvil de JL atraviesa la ciudad, y la abandona por la autopista que va hacia el norte.
Vigésimo segunda geometría estelar- Vértigo. Acrílico sobre cartón. 2011
-Vigila.
Sus párpados entreabiertos dejan ver sus pupilas enormemente dilatadas. El abismo de sus negras pupilas. Más allá, la esencia que vigila el vacío detrás de todas las cosas.
-Vigila. Suscitarán de nuevo a las criaturas en contra nuestra. Recuerda. Sólo serán libres sobre nuestra última tumba.
-Vigilaremos. Recordaremos.
Su boca regurgita alcohol. Le doy vuelta sobre su lado izquierdo para evitar que se ahogue en su propio vómito. Abro la puerta del balcón. Sobre el horizonte, despunta esplendoroso el amanecer nuevo. La niebla se desliza perezosa sobre las colinas sembradas en cafetos rabiosamente verdes, sobre rigurosas isohipsas.
"un huracán de palabras en la ronda a tabernas,
orfeón cotidiano, entóname tu plan.
salpica la sangre, de espuela enloquece.
si no hay paraíso, ¿dónde revientas?
es cierto:
camino de exceso, fuente de saber.
un plato de desprecio ahoga el veneno.
mientras dure el dinero y dure el empeño
ladrillo a ladrillo quedan años después.
Quemamos con malas artes el espíritu del vino
y no va a regresar.
no va a regresar"
El camino del exceso. Heroes del silencio.
El espíritu del vino. 1993. EMI