viernes, 27 de enero de 2012

Primum nocere

"Todos estos señores estaban dentro,
cuando ella entró completamente desnuda.
Ellos habían bebido y comenzaron a escupirla.
Ella no entendía nada, recién salía del rio,
era una sirena que se había extraviado.
Los insultos corrían sobre su carne lisa,
la inmundicia cubrió sus pechos de oro.
Ella no sabía llorar,por eso no lloraba.
No sabía vestirse, por eso no se vestía.
La tatuaron con cigarrillos y con corchos quemados
y reían hasta caer al suelo de la taberna."

Fábula de la sirena y los borrachos. Pablo Neruda. Estravagario. 1958

El jardín de las delicias terrenales. Panel derecho (detalle) - Cerberus
Hieronymus Bosch.  1480-90


"-Ya no tenemos más sorpresas
-Siempre hemos estado aquí
-Pero por favor, siéntete libre de explorar. Tenemos la eternidad para conocer tu carne"
Fotograma de Barbie Wilde como La Cenobita. Hellraiser II. 1988. Tony Randel. 


Los días en la casona vacía se suceden indistinguibles y pesados.  El día después del año nuevo, la portera me ha entregado un paquete.  No sabe quien lo trajo.  Un par de calcetines nuevos. Un billete de baja denominación, enrollado en un cilindro apretado.  Algunas naranjas. Un tamal de maíz con el olor de la cocina de la Madre, envuelto en su hoja de plátano ciudadosamente doblada en un rectángulo, como ella lo acostumbra.   No hay ninguna nota, sin embargo.  Pero estuvo aquí. Tal vez vuelva. Tal vez la pueda ver en otra ocasión.  Después de lo que parece una eternidad, las vacaciones han terminado y poco a poco la casa se llena con el bullicio de sus habitantes habituales.  Al cabo de algunas semanas, uno de mis compañeros de cuarto me ha invitado a pasar el fin  de semana en su casa, en la ciudad del este, al otro lado de la cordillera.  Le digo que no tengo dinero suficiente para el viaje. me dice que no es necesario, que él acostumbra ir a la carretera a las afueras de la ciudad y que allí le pide a los camiones que lo lleven gratis.  Que hay que tener paciencia, pero más tarde o más temprano, alguien nos llevará.   Antes del amanecer hemos caminado hasta el punto indicado.  Al cabo de algunas horas, un camión nos ha dejado subir al compartimento de carga.  Venía a la ciudad a dejar un cargamento de reses para ser sacrificadas en el matadero, y ya vacío regresa a su lugar de origen.  En el suelo, aún fresca, la boñiga de las vacas y en el aire el olor de su miedo.  Traqueteando, el camión remonta la empinada montaña bordeando cien precipicios.  Tras la espesa niebla, las altas siluetas de las palmas de cera rigurosamente verticales.  Descenso. Río. Calor. Ciudad. Una casa pobre. Hermanos pequeños. Comida caliente. Manifestaciones de afecto entre otra gente. 

Noche de torso yacente.  Carboncillo y lápices blandos. 2008

Hay que regresar al día siguiente.  De nuevo, en la parada de camiones, pedir un aventón.  Pasan las horas. Nadie se detiene.  Al caer la noche, un auto plateado.  Hombre de mediana edad.  Acuerda llevar sólo a uno.  Se ha decidido que vaya yo, él podrá regresar a casa de su familia si nadie lo recoge más tarde. El automóvil huele a caucho y tapicería nueva.  Charla trivial sobre el clima, sobre mi vida y sobre la suya. Sin avisar, se desabrocha los pantalones y me muestra su sexo.  Ante mi expresión de desconcierto, me explica que debo chuparlo, porque es el valor de mi pasaje.  El viaje no es gratis. No hay nada gratis en la vida.  La única alternativa es quedar varado en medio de la noche en la cumbre helada de la cordillera.  Largo ascenso por la ladera de la montaña, y largo descenso, con su masculinidad en el fondo de mi garganta y la palanca de cambios del auto encajada en mi costilla. Sin embargo, no llega al orgasmo.  Nos acercamos a las luces de la ciudad. Me ha dicho que basta. Me he disculpado por no saber hacerlo bien.  Le explico que sólo lo he hecho una vez antes.  Dice que estuvo bien, pero que generalmente una mamada no es suficiente para él.  Que en otra ocasión intentaremos otra cosa. Que por lo pronto me llevará a donde vivo.  Le he dado las indicaciones, y me ha dejado en la puerta de la casa.  Algunos días después, de nuevo su auto en la entrada, esperándome cuando regreso de las clases de la tarde.  Dice que iremos a su casa, a divertirnos un poco.  Le digo que prefiero no ir.  Contesta que sabe que lugar és este. Que conoce al Cura y que si le cuenta lo que hice en su auto, me echará de allí sin duda.  Entro a su auto.  Un condominio campestre, por fuera del perímetro urbano. Una casa de madera imitación de chalet suizo. Ha dejado el auto en la entrada. Hemos entrado al garage. Cajas polvorientas. Estantes con herramientas. Una mesa.  Un par de hombres fuman, sentados en un viejo sofá.  Son unos amigos suyos, dice, no debo preocuparme.  Beben ron directamente de la botella. Me ofrecen un trago. Lo rechazo. Me indican que es más conveniente para mis intereses que haga lo que se me ordena.  Lo bebo y quema.  Otro más.  Debo desnudarme ahora.  Quieren verme.  Si coopero, terminaremos más rápido. Ha traído un corpiño de encaje.  Con fuerza, apreta los lazos de la espalda.  Es difícil respirar.  Ríen animadamente.  Sostiene mis brazos y alguien los ata con una cuerda, pasando el extremo libre por un gancho del techo del que me suspenden.  Dolor agudo.  De alguna parte han sacado una fusta de equitación.  Un grito. Dicen que es mejor que calle. Que mientras haga más ruido me lastimarán más. Un golpe y otro, a intervalos irregulares. Me muerdo los labios para no gritar.  Al cabo de algunos minutos, me bajan y depositan sobre la mesa boca abajo.  Alguien ha tomado la botella de ron y me introduce su cuello.  El reborde metálico suelto de su tapa me lacera.  Algo caliente corre por mi pierna. ¿Sangre? Alguien se acerca por detrás y lo lame. Luego se incorpora y me penetra.  Risas. Imprecaciones.  Se retira.  Me dan vuelta. Alguien más se acerca a penetrarme. Desprecio y lujuria en su expresión. Me escupe al rostro.  Finalmente, el hombre del auto.  Me penetra con fuerza por largos minutos.  Algo le falta. Depronto, un cigarrillo que se apaga sobre mi pecho.  No puedo evitar gritar. Un puñetazo directo a la nariz.  Su orgasmo sobreviene con ruidosos espasmos.  Me han dejado caer al suelo. Algo caliente.  Alguien orina sobre mí.  Me ha permitido usar la ducha y lavarme. Me ha llevado de nuevo a casa.  Hemos pasado un buen rato contigo. Si no dices nada, no diremos nada tampoco.

"Voy a lo largo del vallado
y de nuevo siento esa sed:
Debo destruir,
pero sólo si no me pertenece.
Tomaré lo que es tuyo
y lo aniquilaré.
Aserrar, descuartizar,
sin preguntar, hacer pedazos,
y la máxima disciplina:
arrancar la cabecita de una muñeca.
Herir, desgarrar, desintegrar.
Destruir"
Zerstören. Rammstein
Rosenrot.  Universal Music. 2008

lunes, 23 de enero de 2012

La amabilidad de los extraños

"¡El sueño se deshizo para siempre!
En la tarde lluviosa
mi corazón aprende
la tragedia otoñal
que los árboles llueven.
Y en la dulce tristeza
del paisaje que muere
mis voces se quebraron.
El sueño se deshizo para siempre.
¡Para siempre! ¡Dios mío!
Va cayendo la nieve
en el campo desierto
de mi vida,
y teme
la ilusión, que va lejos,
de helarse o de perderse. "
Otra canción.  Federico García Lorca.  Libro de poemas. 1919


"Gracias, quien quiera que seas. Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños"
Fotograma de Vivien Leigh en Un tranvía llamado deseo. Elia Kazan, 1951

"A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre"
Fotograma de Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó.  George Cukor/Sam Wood, 1939 


Las bolsas con mis pertenencias han sido vaciadas en el mostrador de madera de la recepción.  El portero ha cumplido con sus órdenes y ha verificado que no he sacado nada de valor del apartamento de E.  Sólo lo mío.  Excepto por su camiseta, que la llevo puesta bajo mi camisa y que huele a su presencia todavía. Atrás queda el alto edificio blanco.  En una banca de parque de hierro oxidado, me siento a organizar mis ideas.  A donde ir.  Que hacer.  Hasta ahora, había sacado algún dinerillo de las traducciones de textos que encargan otros estudiantes, pero no se encargan traducciones en las vacaciones.  En las montañas es la época de la cosecha. De niño, muchas veces vi la migración anual de los recolectores. Ahora, como entonces, centenares de desposeídos, sin vínculos ni familias, con todas sus cosas terrenas en un hatillo a la espalda, se esparcirían por todos los recodos de la cordillera, armados únicamente con la fuerza de sus brazos, ofreciéndose a trabajar en la cosecha del café. El Padre les daría un sí o un no. Les mostraría el cobertizo, con su suelo cubierto de esteras donde podrían dormir. Arrancando uno por uno los rojos y pequeños frutos del café, llenan pesados sacos de fique.  Su pago sería tres comidas diarias y algunos pocos billetes de acuerdo con el peso de  lo recolectado, que les sería suficientes para comprar aguardiente y una ramera los domingos.  Terminada la cosecha,  la mayoría se iría, nunca supe a donde.  Lejos, a seguir otras cosechas tal vez.  Algunos tendrían permitido quedarse un poco más, para el desyerbe y el abono de los campos.  Tal vez podría hacer eso por un tiempo.  Es el único trabajo en el que tengo experiencia.  Tal vez podría sacar suficiente dinero para irme lejos de aquí. Lejos de los recuerdos.  Lo primero debe ser notificar a la universidad que no podré regresar. No es correcto dejar asuntos inconclusos.  Aunque las clases regulares terminaron, la facultad sigue abierta para los que presentan exámenes supletorios.  La secretaria del decano le anuncia que solicito verlo.  Me recibe en su despacho,  y le he explicado las razones por las que no podré continuar con el próximo semestre.  Escucha con atención, y frunce el ceño.  Pide a la secretaria por el intercomunicador que lo comunique con alguien.  Debo hablar con alguien, me dice, antes de tomar cualquier decisión.  Por lo pronto debo ir a la sala de espera.  Un par de horas después, la secretaria me indica de nuevo que siga a su despacho.  Un hombre mayor, de cabello blanco y traje negro.  Lo he visto en alguna ocasión. Es el cura de la capilla.  Hablan como si no estuviera allí.
-Este es
-Y me dice que está estudiando con una beca
-Efectivamente. Y tiene buenas calificaciones.
-Y buen comportamiento?
-No hemos tenido quejas de él hasta ahora.  Aparte, claro, del inconveniente que usted ya sabe
-Lo sé, Su madre me encargó una misa por él en ese entonces. 
-Entonces, puede ayudarlo?
-Haré lo que pueda.
Principio de incertidumbre 4.  Acrílico. Estarcido sobre cartón


Finalmente me explican que el cura patrocina una casa que queda cerca de la universidad, donde la gente pobre que vive en pueblos lejanos pueden quedarse mientras están estudiando.  Misericordiosamente, ha evitado preguntarme por los detalles de mi situación.  Ha acordado darme un sitio allí si decido continuar con mis estudios.  Tendría donde vivir, la parroquia se hace cargo de las cuentas de electricidad y agua.  Cada quien, sin embargo, se hace cargo de su alimentación y sus gastos personales, y de la limpieza general.  Es una casa grande y vieja, de muchas habitaciones, con un bosque espeso en el patio trasero.  Hay una litera para tres, en cada cuarto.  Ahora la mayoría de los ocupantes de la casa se han ido a sus casas.  Solo quedan un par que están atrasados con sus exámenes, y la portera, que vive en el sótano con su hija.  Cuando hay estudiantes, vende sopa por algunas monedas. El cura me ha recomendado con el obispo de la catedral, quien necesita encargar cien mantillas para regalar a los pobres para los bautismos de la noche antes de navidad, y me ha traido las cien piezas de basta tela blanca de algodón, unos pinceles y  algunos botes de pintura,  con el encargo de pintar en cada una la paloma del espíritu santo y una vela encendida.  Pagarán algo.  No será mucho, pero tendrá que ser suficiente, al menos hasta que pasen las vacaciones y regresen los estudiantes. Por ahora, sólo la casa vacía y muchas horas para caminar sin rumbo.

"La noche es mucho más oscura,
el viento es mucho más frío,
el mundo parece mucho más grande,
 ahora que me he quedado sola"
Papa, can you hear me?.  Barbra Streisand
Yentl. 1983

"El reloj se ha dañado,
pero el hambre despierta.
Son las seis y en la puerta
oigo a un hombre gritar:
Vendo leche sin agua,
vendo miel,
vendo pan.
Y Dinero no hay"
Una flor para mascar.  Pablus Gallinazus. 1972

miércoles, 18 de enero de 2012

Dona eis requiem sempiternam

"La rosa de ayer persiste en su nombre, sólo su nombre desnudo nos queda"
El nombre de la rosaUmberto Eco.  1980


"I want all my...garmonbozia, pain and sorrow"
David Lynch.  1992


Finalmente, he sido dado de alta.  El psiquiatra considera que ya no soy un peligro para mi mismo.  Algunas prescripciones de antidepresivos. Una cita de seguimiento. Ningún lugar a donde ir.   Adelaida se despide con un abrazo y un beso.  Me ha hecho prometer regresar a visitarla.  Se abren las rejas y el portón de muchas cerraduras.  En la acera, E se encuentra esperándome.  Me ayuda con mis cosas.  Dice que iremos a su casa.  Su apartamento, en el último piso de un edificio blanco.  Desde su balcón, la informe extensión de la ciudad.  La cúpula iluminada de la iglesia mayor. El rojo encendido de la tarde. 

La vida con E se cubre de pequeños placeres domésticos.  Una taza de café para los dos. Conversación placentera.  Fallidos intentos de recrear el cocido que vi preparar mil veces a la Madre.  Cazuela de barro. Carne en trozos. Tubérculos y vegetales.  Un poco de agua.  Fuego lento.  E, comiendo el cocido terrible con estoicismo.  Risas y abrazos.  Enjabonar su espalda en la ducha.  Tardes de cine.  Caminatas por las calles.  Sin pensarlo, sin sentirlo, los días se extienden a semanas y pronto pasa un par de meses.  El semestre ha terminado.  Contra todo pronóstico, he aprobado mis materias y logrado las calificaciones necesarias para conservar la beca.  Este fin de semana, ha quedado con sus padres.  De vez en cuando, pasa el fin de semana con sus padres.  Ha prometido que saldremos a celebrar cuando regrese.   Por el intercomunicador, el portero anuncia la llegada de la Señora, quien le espera afuera con el auto encendido.  Ha apurado lo que queda de la taza de café. Ha tomado su paraguas, porque afuera llueve.  Un beso.  Cuidate. Adios.   

Zigurat de duelo inconcluso.  Tinta china sobre papel.  2006


El lunes llega sin E.  Los días se suceden sin su presencia.  Una opresión mordisquea mi estómago. Debí haber preguntado el número telefónico de sus padres. O su direccion en la Ciudad del Norte. Estúpido.  Nunca pensé en ello.  Finalmente una llamada.  Se identifica como su hermana.  No nos hemos conocido.  Una complicación repentina de su estado, dice. Ha muerto de manera imprevisible, dice.  No es necesario que vaya a los servicios funerarios,  dice.  No sería oportuno.  El agente de la inmobiliaria vendrá la próxima semana a poner en venta la propiedad.  Es necesario que me vaya antes del domingo.  Por las cosas de E, que no me preocupe, ya ellos mandarán a alguien a empacarlas.  Es importante que me lleve únicamente mis cosas.  El portero tiene órdenes de revisar el equipaje. No puedo responder una palabra.  Aturdido, como si me hubiesen golpeado en la cabeza.

No hay mucho que empacar. Un par de bolsas de basura bastan.  No he podido evitar tomar una de sus camisetas viejas, del cesto de la ropa sucia. Espero que el portero no lo note.    Entonces lo comprendo.  Los rituales funerarios se dice que se hacen para asegurar el descanso de los muertos, pero en realidad sirven para dar paz a los vivos. Contemplar el cadáver de quien fué querido.  Llorar ante su tumba.  Colocar unas flores.  Bases que sirven para empezar a construír sobre ellas el duelo, y sobre el duelo la aceptación.   Sin embargo, no puedo contar con ello.  La situación se me antoja irreal y absurda.  Pero debe ser verdad.  Si no hubiese muerto, habría regresado, sin duda.  Ha de ser real, aunque no lo sienta de esa manera.  Quisiera pensar que aún vive. Que tal vez, cansado de mí decidió emprender un nuevo comienzo en su ciudad natal, y dejarlo todo atrás, con una cruel excusa.  Quisiera ir a buscarlo por las calles desconocidas de la Ciudad del Norte. Pero la gran ciudad no es una ciudad.    Es un conglomerado de ciudades fusionadas, habitado por millones de personas.  Su familia ha sido clara en que no quiere nada que ver conmigo.  No tengo nada que hacer allí.  Ultima vista desde el balcón.  De nuevo el atardecer se enciende de rojo.  Como si el alma del firmamento sangrara.
"Un bello día veremos
levantarse un hilo de humo
desde el extremo confín del mar
y después, la nave aparece. 
Y después, la nave es blanca.
Entra en el puerto, truena su saludo."
Un bel di vedremo -Madama Butterfly
Giacomo Puccini -Giussepe Giacossa.  1904

 
"las palabras fueron avispas
y las calles, como dunas
cuando aún te espero llegar.
En un ataúd guardo tu tacto
y una corona
con tu pelo enmarañado
queriendo encontrar un arcoiris
infinito"
La chispa adecuada.  Heroes del Silencio
Avalancha.  1995.  EMI


"De que sirve la vida
si a un poco de alegría le sigue un gran dolor?
Me parece mentira
que tampoco esta noche 
escucharé tu voz"
En un rincón del alma.  Alberto Cortez. 1978
Chabela Vargas. Junio de 2006. Santa Cruz de Tenerife

viernes, 13 de enero de 2012

Damnatio memoriae

"Y no traerás cosa abominable a tu casa, pues serás anatema como ella; ciertamente la aborrecerás y la abominarás, pues es anatema"
Deuteronomio 7:26.  Biblia de las Américas. Lockman, 1997

Bajorrelieve destruído de Hatshepsut.  Imperio nuevo. Decimoctava Dinastía
Templo de Karnak, circa 1457 A.C

El psiquiatra opina que mi estado de ánimo ha mejorado notoriamente.  Ha reducido la medicación.  Ha autorizado incluso que salga de la clínica para ir a las clases y a las prácticas.  Los profesores han dado un pequeño discurso de bienvenida. Todos miran con curiosidad y un poco de repulsión.  Los pasillos son un nido de susurros. 
-Es ése.
-Sí
-Pensé que se había muerto
-No, pero casi...
-No deberían haberle dejado volver tan pronto, se nota que está mal de la cabeza
-Sí, pero habla más bajo, que estará mal de la cabeza, pero no sordo.
Decenas de exámenes por presentar. Decenas de informes por redactar. Decenas de historias clínicas por  diligenciar. La medicación me produce pequeños espasmos del rostro. Mi boca está seca como el algodón.  Sin embargo, al final de cada día regreso a E.  Abrazos y palabras de aliento.  Largos besos.  Paz.

Adelaida me ha llamado aparte.  Me ha dicho que ha notado lo cercanos que hemos terminado siendo E y yo.  Que tiene algo que enseñarme. Me ha hecho prometer guardar el secreto. Me extiende una carpeta. Es la historia clínica de E.   Si alguien se entera que me ha permitido verla, perdería su empleo y su licencia.  No debería, sin embargo la veo.  Historia de fiebre prolongada. Alteraciones de la conducta. Confusión.   Prueba de inmunotransferencia para VIH positiva.  Recuento de linfocitos T CD4+ por debajo de 100/microlitro. Infeccion por VIH en estadío de SIDA.  Es la razón por la cual me niega todo contacto con su sexo.  Una placa de tomografía computarizada del cerebro. Pequeñas figuras blancas, como anillos que flotan en la bóveda de su cráneo.  Ya lo he visto otras veces. Es el toxoplasma que carcome su cerebro poco a poco. Es la causa de sus pequeñas ausencias esporádicas, cuando se queda mirando al vacío.  

Cápside.  Pintura vinílica sobre cartón. 2004

El psiquiatra piensa, igualmente, que E ha mejorado mucho.  Es domingo.  Su madre ha venido a la visita, desde lejos.  Le han notificado que le dan de alta.  Su madre le ha ayudado a empacar. Se ha despedido con un beso y una promesa de vernos a diario. Han salido con sus maletas hacia el auto.  Me ha dicho adiós con la mano.  Al día siguiente, efectivamente se encuentra esperándome a la puerta de la facultad.  Y al siguiente. Y al siguiente. Hemos caminado juntos por las calles, y compartido el café y las confidencias.  Se ha negado en redondo en regresar con su madre a su ciudad de origen.  Ha ocupado de nuevo su apartamento. Planea regresar a su antiguo trabajo.  Se siente optimista acerca del futuro.  Me ha llevado a cenar, y luego al cine, para celebrar mi cumpleaños número dieciocho. Le he besado apenas se apagan las luces, y sin darme cuenta, la película se ha terminado, mis labios aún sobre los suyos. 

Generalmente, me acompaña en el camino de regreso hasta la clínica, donde debo pasar la noche. No hoy.  Hemos tomado otras calles, en silencio.  Camina de manera maquinal. Nos hemos detenido frente a una oficina. Se detiene, de pronto, y me mira sorprendido.   Me toma de la mano y regresamos de prisa sobre nuestros pasos.  Ha tenido otra de sus ausencias.  Me explica que el lugar a donde sus pies nos han llevado es la oficina de su ex, de quien nunca quiere hablar.  Ha decidido contarme la historia.  Se amaron. Lo compartieron todo.  Un día, sin embargo, descubrieron que ambos eran portadores del VIH.  Se culparon mutuamente. Se recriminaron mutuamente. No pudieron superarlo nunca.  Le digo que no ha cambiado nada entre nosotros.  Que nada del pasado importa ahora. 

De nuevo el domingo.  El Padre y la Madre han venido a verme.  Están preocupados por mí.  Necesitan respuestas.  Les he explicado que he vivido luchando contra mi naturaleza y que no era feliz.  Que la negación me llevó a la desesperación y a atentar contra mí mismo.  Que he decidido darme la oportunidad de vivir según mis propios términos y encontrar mi camino.  Que he encontrado un hombre a quien amar, y que me ama.   La Madre palidece en su asiento. El Padre enrojece y se levanta, con los dientes apretados.   La Madre le tira de la manga. Aquí no, que hay gente.  Vamos a hablarlo afuera.  Sentado, en mi silla espero que regresen, pero no regresan.  El siguiente domingo, Hermana mayor ha venido, trayendo una gran caja de cartón atada con un cordel.  Son mis cosas. La ropa que quedaba en su casa. Algunos libros. Unos lápices. Mi cuaderno de dibujo.  Tengo dieciocho años ahora, me explica.  Es tiempo de dirigir mi propia vida.  No podré regresar más a su casa.  El Padre ha decretado la condenación de la memoria. 

"Oh, mi papito querido:
Él me hace feliz. Es bello, bello.
Me iré a la puerta rosa
a comprar el anillo.
Sí, sí.  Allí quiero ir
Y si dices que no
me iré al puente viejo
para arrojarme al Arno.
Sufro y me atormento,
podría morir.
Papa, piedad. Piedad"

O mio babbino caro - Gianni Schicchi.
Giacomo Pucchini y Giovacchini Forzano. 1917
Kiri Te Kanawa y la Orquesta Filarmónica de Londres. 1997

"Ya no has de ser mi hija nunca más.
abandonada seas para siempre,
repudiada seas para siempre,
destruídos sean para siempre
todos los lazos de la naturaleza.
Abandonada.
Repudiada.
Destruidos
De la naturaleza todos los lazos sean"

Der holle rache - La flauta mágica.
Wolfgang Amadeus Mozart y Emanuel Schikaneder. 1791
Diana Damrau y Dorothea Röschmann

miércoles, 11 de enero de 2012

Epimorfosis

"Sólo tu corazón caliente,
Y nada más.
Mi paraíso, un campo
Sin ruiseñor
Ni liras,
Con un río discreto
Y una fuentecilla.
Sin la espuela del viento
Sobre la fronda,
Ni la estrella que quiere
Ser hoja.
Una enorme luz
Que fuera
Luciérnaga
De otra,
En un campo de
Miradas rotas.
Un reposo claro
Y allí nuestros besos,
Lunares sonoros
Del eco,
Se abrirían muy lejos.
Y tu corazón caliente,
Nada más."
Deseo.  Federico García Lorca. Libro de poemas. 1918


El buen samaritano.  Eugene Delacroix.
Oleo sobre lienzo. 1849.

Con gran esfuerzo, Adelaida me pasa a la silla de plástico colocada en el centro del baño.  El cuerpo, aún doblegado por el efecto residual de los narcóticos, es incapaz de sostener su propio peso.   Adelaida es la enfermera de turno de la clínica psiquiátrica.  Siempre sonríe, y trata de distraer haciendo charla trivial. Mira con bondad, y se ve en su rostro que fué hermosa en su juventud.  Vivió muchos años al otro lado del océano, lo que le dejó un curioso acento zezeante. Con la regadera de mano me lava, disculpándose por la falta de agua caliente.  Me ha dicho que, aunque no me lo parezca ahora, las cosas van a mejorar y pronto me sentiré mejor.  De vuelta al cuarto, trata de transladarme de la silla de ruedas de nuevo a la cama.  Veinte años de cargar y descargar pacientes más pesados que ella misma, han pasado factura a su columna vertebral.  De pronto, unas manos fuertes me sostienen y de nuevo estoy en cama.  Un hombre de barba roja me mira.  Este es E, dice Adelaida.  Va a ser tu compañero de cuarto.  Sé amable con él, E.  Está delicado todavía.  Me extiende la mano.  El tacto de su mano, increíblemente suave.  Una vez me siento lo suficientemente despierto, me acompaña a reconocer las instalaciones.  La clínica psiquiátrica es una caja tapiada en todas las direcciones.  Sólo entra la claridad del sol por los cristales esmerilados detrás de la reja del ventanal de la fachada.  Sin embargo, es mucho más bonita y cuidada que el hospital psiquiátrico público a donde debí haber ido por mi falta de seguridad social.  Los profesores de la facultad arreglaron el translado.  A pesar de todo, soy uno de ellos y ellos cuidan de los suyos. Los psiquiatras han acordado tratarme gratis.  Los días y las noches se hacen eternos, iguales a sí mismos.  El domingo es día de visita.  La Madre, de aspecto desolado, me pregunta las razones y no le sé dar ninguna.  Me ha traído algo de comer, pero no tengo apetito.  Luego me da un beso lacrimoso y se marcha.

Reino de los ornamentos celestiales.  Lápices blandos sobre papel. 2005

Largos días desprovistos de todo, excepto por E. En el calor del mediodía, tendidos sobre las baldosas del patio, mirando el rayo de sol que se filtra por la claraboya del techo,  me cuenta su historia y yo le cuento la mía.  Me habla de sus padres en la lejana ciudad del norte, de donde salió siguiendo a un hombre del que se había enamorado.  Vivieron felices durante algunos años y después llegaron desaveniencias de las que no quiere entrar en detalles.  Se separaron, finalmente.  Esto y ciertas complicaciones de salud le hicieron caer en la depresión.  En ocasiones guarda silencio a la mitad de su frase por algunos instantes.  Luego, un poco perplejo pregunta donde iba, y con un poco de trabajo retoma el hilo de su narración.  Le he hablado de mí.  No he querido hablar de ello con el psiquiatra,  tampoco con la Madre.  Sin embargo, su expresión franca y serena me empuja a confiar en él.  Le he hablado de mi difícil relación con la gente, de mi falta de adaptación.  De que las únicas reacciones que puedo suscitar son la indiferencia absoluta y la crueldad inexplicable.  Que posiblemente hay algo en mi naturaleza que despierta el instinto de crueldad en los otros.  Le he hablado de mi revelación personal.  De la lucha conmigo mismo por conformarme mejor a los patrones.  Del encuentro con la realidad.  De la ruptura con la realidad.  Me ha dicho que es posible la vida a pesar del rechazo de los otros, pero que es imposible con el rechazo propio.  Que debo aceptarme a mi mismo aún si los otros no llegan a hacerlo.  Que la felicidad es posible.  He extendido mi mano para tomar la suya.  Despacio, remarcando las palabras, me ha dicho que si no estoy seguro, es mejor que no lo haga.  Me he dado vuelta y le he dado un beso en la mejilla, sintiendo el pinchazo de su barba.  Me ha sonreído. Me ha apretado la mano con fuerza.  Hemos mirado juntos el rayo de sol, largamente, sin decir nada. 

Anochece. De nuevo las píldoras de antes de dormir. Después todo es quietud.  Con cuidado, sin hacer ruido, me meto bajo sus sábanas.  Me acaricia suavemente, sin prisas. Le acaricio torpemente.  Me besa con delicadeza. Su contacto me hace temblar como hoja al viento.  Huele como una mañana de sol. He tocado el centro ardiente de su virilidad.  Me he inclinado para besarlo.  Me detiene, gentil pero con firmeza.  Prefiere que mo lo haga. Que me relaje y le deje hacer.   Ha besado mi cuerpo con paciencia, sujetándome firme para controlar mi estremecimiento.  De pronto, mi sexo en su boca.  Placer.  Vértigo.  Una explosión luminosa.  Después, recostado sobre su pecho velludo, mientras me abraza,  escucho atento el milagro del palpitar de su corazón.  Pronto debo regresar a mi cama, pues el enfermero de la noche pasará con su linterna para verificar si todos duermen.  Cuando se ha ido, regreso para pasar la noche abrazado a él, vigilando su sueño, sintiéndome extrañamente seguro. 

"Amor mío:
mi corazón pesa,
cuento los dias,
cuento las horas.
Déjame dibujarte en un desierto,
en el desierto de mi corazón.
Cuando cae la noche,
con la nariz pegada a la ventana,
yo espero
y me hundo
en un desierto,
en mi desierto,
así es."
Desert.  Emilie Simon. The Flower Book. 2006

viernes, 6 de enero de 2012

Metaestabilidad del vacío

"Despierto, y me encuentro en el Palacio Celestial
con el Emperador de Jade,
hablando y preguntando insistente
a qué estoy ligada.
Le digo que el camino de la vida es corto
y yo sólo he logrado unos pocos, inusuales poemas.
Ahora, el pesado Roco de Diez mil Li ha emprendido el vuelo,
Ojalá el viento siga empujando mi pequeña barca
hasta la tierra de los Inmortales"
Xiao Guanyin. Poemas de Hangzou.  circa 1173.
Numero 1.  Mark Rothko. 1964
Oleo sobre lienzo.  Museo de Arte moderno de Basilea

Como temía. Después del encuentro bajo la tormenta, el vacío ha llegado para instalarse de nuevo.  El entumecimiento me cubre y no puedo sentir.  Objetivamente, comprendo lo que ha sucedido: he tenido un encuentro homosexual.  Pude resistirme pero no lo hice.  Mi cuerpo reaccionó a su tacto.  Tuve una erección con él como no tuve con una mujer, a pesar de que fué doloroso. Sin embargo, aunque no lo puedo explicar lógicamente, algo se ha quebrado en mí.  Las cosas ya no podrían volver a ser iguales. He pensado en lo que diría la familia si lo supiera.  La ira del Padre. El asco de la Madre.  El miedo de todos.

Hace algunos meses que tengo pacientes asignados por sus números de cama, en el pabellón infantil. El pediatra viene, en la mañana, a escuchar abstraídamente el informe que tengo que darle sobre su estado. Firma las notas que he escrito en sus historias clínicas. Luego se va.  He visto sus rostros retorcidos por las punzadas del dolor. Los he visto llorar. Los he visto despedirse. He visto extinguirse la luz de sus ojos mientras les aplico las maniobras de reanimación cerebro-cardio-pulmonar. He visto el llanto de las madres. He escuchado sus blasfemias. He escuchado sus rezos.  El ejercicio de la empatía estaba bastante adelantado.  Por momentos pude sentir su dolor y su pena.  Pero ahora, todo se ha ido.  Trato de asir aún un fragmento mínimo de emoción.  Todo se ha ido.

Lo he visto de nuevo muchas veces.  Me ha visto sin ver, con completa indiferencia.  No he tratado de hablarle. He visto a su esposa pasar a recogerlo en su automóvil en las tardes.  He tratado de sentir rabia hacia él. Odio tal vez. Verguenza al menos. Pero no siento nada en absoluto.  Las semanas se suceden en un mar de inmovilidad. Oscuridad. Silencio. Vacío.  No puedo avanzar en ninguna dirección.

Abismo de la carne. Acrílico y collage. 2002


La mañana ha traído a un niño pequeño junto con su hermana aún mas pequeña.  Jugaban despreocupadamente en uno de diez mil trapiches paneleros dispersos a todo lo ancho del valle del sur, donde trabajan sus padres.  Un movimiento en falso las envió al fondo de la paila gigantesca donde se cuece el jugo de la caña.  El caramelo ardiente quemó sus cuerpos.  Los cirujanos trabajaron con ellos durante todo el día.  Al caer la noche, los trajeron a sus camas.  Durante los siguientes días batallan duramente contra la muerte y el dolor.  Su madre, perpetuamente a su cabecera. Una muchacha flaca y pálida, con ojos enrojecidos.  Los narcóticos cada vez son más insuficientes para darles alivio.  Cada vez más dosis.  La infección avanza, inmisericorde.  Los procedimientos del quirófano no parecen ayudar lo suficiente. Al amanecer del octavo día, el frágil cuerpo de la niña cede finalmente. Sus ojos, apenas lloran, ya sin ver.  Su madre la ha besado en la mejilla buena y le ha dado permiso de irse.  Su respiración cada vez mas tenue.  El monitor muestra el cese de la actividad cardiaca.  El protocolo de reanimación para asistolia se aplica sin respuesta.  La madre se cubre el rostro congestionado con su mano y llora con pequeños hipos.  Trato de decir una palabra de consuelo pero no sale ninguna.  Son fórmulas elementales de cortesía. las he dicho muchas veces. Estan ahí, sin embargo no tengo fuerza para articularlas.  Las palabras son completamente inútiles.  De nuevo la ronda de la mañana. De nuevo las clases. Necesito obligarme físicamente a bañarme. A cepillarme los dientes. A comer.  A recitar cien buenos días. Pesadamente, trato de continuar con la rutina diaria.  No puedo continuar.  He sustraído las ampollas de morfina de la niña muerta, que no alcanzaron a ser utilizadas y no han sido recogidas todavía.  Las enfermeras están en su receso de fumar.  Un catéter de número 18. Un equipo de venoclisis.  Una bolsa de suero salino.  Algunas ampollas  de barbitúricos del estante.  El texto de farmacología aplicada indica que los barbitúricos y los opiáceos se potencian mutuamente.  El cálculo de la dosis media letal se puede establecer considerando la masa del organismo.  El depósito de la ropa de cama limpia es un buen lugar. Se puede trancar desde el interior. Al abrir la llave del goteo, el único pensamiento que cruza por mi mente es que Marilyn Monroe también murió por una sobredosis de barbitúricos.  Absurdo.  Me siento pesado. Creo que me he dormido por un segundo.  El silencio en el hospital se ha hecho absoluto. Curiosamente, han cesado por completo los llantos y los gritos y los chirridos de las sillas de ruedas y el zumbido crepitante de las conversaciones colectivas.  Jamás había estado tan silencioso.  Al salir del depósito, el hospital parece el de siempre. Las mismas grietas, los mismos desconchados.  Pero no. Además del ruido, el olor perpetuo a sangre, vómito, mierda y desinfectante tambien se ha ido por completo.  En las camas tendidas, no hay nadie. Ni en la estación de enfermería.  Sólo en la habitación de aislamiento, la niña quemada se mira sus manos envueltas en vendaje sangriento.  La cama de su hermano, vacía, como las demás.  Tampoco está su madre.  Me sonríe y me mira inquisitivamente. 
-Otra vez, Olvido y Ausencia
-Una vez mas volvemos a vernos, Muerte. 
-Has abandonado la Tarea. No se puede abandonar la Tarea. Los Destinos te castigarán esta vez, sin duda
-Lo hemos tenido en cuenta.
-Vamos, entonces. Toma mi mano.
...

-Por que razón...?
-Avanzar era imposible.  No tuvimos salida.
-Haz desobedecido. Infinito y Eternidad nunca nos dieron este tipo de problemas
-Lo sabemos, y estamos grandemente afligidos
-Esperábamos más. Habías alcanzado adelantos importantes
-No. Nos estancamos.  Perdimos todos los avances.  Perdimos el ejercicio de la empatía, a punto de lograrse
-Es incorrecto.  Recopilamos muchos hallazgos en el último zetaciclo
-Pero lo único que hicimos fue yacer en el vacío. Es tan difícil batallar contra el vacío...
-No era en realidad el vacío. Era una emoción humana
-Le dicen Desesperanza
-La has asimilado satisfactoriamente. Hemos completado nuestro análisis en éste apartado.  Nos complace.
-Sin embargo, tu insubordinación ha perturbado nuestro orden inmaculado.  Recibirás tu castigo cuando sea conveniente.  Por ahora, deberás regresar.  Precisamos más información.
...

Me despierta un sonido familiar. La incesante alarma de la bomba de infusión intravenosa. Mas allá, el rítmico resoplar de la máquina de ventilación mecánica. Tiras de apósito adhesivo cierran mis párpados. Quiero hablar, pero me lo impide un tubo de plástico alojado en mi tráquea, insertado por un orificio en el cuello.  El dolor toma la forma de catéteres y sondas. 
-Está luchando contra el ventilador.
-Empieza a respirar por su cuenta, al fin
-Es hora de extubar, entonces.

"Mi corazón y yo hemos decidido terminar con todo.
Sé que habrán velas, y plegarias serán dichas.
Que no lloren.
Que sepan que estoy contento de irme."
Adaptación de Szomorú Vasárnap, original de Rezső Seress 


"Yo nunca vi New York,
no sé lo que es París,
vivo bajo la tierra,
vivo dentro de mí.
Yo no tengo un espejo,
no tengo un souvenir,
la Lágrima me habla,
y está dentro de mí.

Yo sólo tengo esta pobre antena
que me trasmite lo qué decir
esta canción, mi ilusión, mis penas
y este souvenir.

Yo subo la escalera,
yo cumplo una misión.
La Lágrima me dice
que yo tampoco soy.
La hija de un amor,
la hija de un dolor,
la hija que no espera,
tu tiempo se acabó.
Y este dolor durará por siempre,
no digas nada, vete de aquí
porque yo voy donde nunca estoy
donde nunca fui"

Chipi Chipi. Charly García.
La hija de la lágrima.   1994. Columbia - Sony Music 

martes, 3 de enero de 2012

Parousia

"Junto a una iluminada vitrina
de una cigarrería estaban, entre otros muchos.
Casualmente sus miradas se encontraron,
y el ilícito deseo de sus cuerpos
expresaron tímidamente, con vacilación.
Después, unos pocos pasos inquietos en la acera -
hasta que sonrieron, y se hicieron una leve seña.
Y enseguida ya el coche cerrado...
el acercamiento sensual de los cuerpos;
las manos unidas, los labios unidos."
La vitrina de la cigarrería. Constantino Kavafis. Poemas canónicos. 1895

La tempestad. Giorgione. 1508
Oleo sobre lienzo. Galería de la Academia de Venecia

Tras la ruptura con Magdalena, el regreso al silencio.  La rutina de la soledad. Largas horas de escuchar en la calma. Observación de los otros.  Han aprendido a hacer de cuenta que no estoy ahí. Conversan relajadamente, olvidados de mi presencia. Miran a traves de mí como si fuera translúcido.  Me he acostumbrado a ello.  Por eso me ha sorprendido.  Me encuentro sentado en el banco de la acera, viendo pasar la gente y esperando mi autobus. De pronto, un auto se detiene frente a mí.  Lo reconozco.  No sé su nombre, pero lo he visto muchas meces en la facultad, y en el hospital de prácticas.  Está un par de años mas adelante que yo en la carrera. Rubio, en sus treintas, algo de sobrepeso, sonrisa encantadora.  Me mira fijamente. Me hace señas para que me acerque. Miro a mi alrededor. Sí, es a mí.  Se ofrece a llevarme.  Dudo un momento. Abre la portezuela con sus dedos manicurados. Entro. Olor artificial a pino silvestre. Gruesos libros y legajos de papeles. Una silla para bebé en el asiento trasero. Me extiende la mano. Un apretón enérgico. Me sonríe mirándome a los ojos. Un dejo de alcohol en su respiración.  Se ríe de ver mi grado de sonrojamiento.  Le explico que es habitual en mí.  Charla trivial.  Su presencia me perturba. Me acaba de decir su nombre pero no lo recuerdo.  En su primera juventud, estuvo un tiempo en el seminario. Luego estudió en el exterior. Fisica? Química? Matemáticas? no lo recuerdo tampoco.  Ahora persigue un nuevo reto en la medicina. Acaba de recordar que tiene una diligencia importante. me pregunta si no me importa acompañarlo, que no tardará mucho y luego me llevará a casa.  No tengo objeciones. 
Configuración de dolor.  Carboncillo sobre cartón. 2006

No conozco esta parte de la ciudad.  Poco a poco los edificios son reemplazados por pastizales y cultivos. Avenida solitaria. Las luces de la ciudad van quedando atrás.  Es luna nueva. Sobre el cielo completamente negro, un relámpago.  Poco a poco, el auto se detiene en la mitad de la nada. De repente, su mano en mi cabeza me acerca hacia él. Me besa con ansiedad, cubriendo mi rostro con su saliva, introduciendo su lengua en mi garganta. No puedo evitar sentirme excitado. Muerde mis labios. Me abraza con fuerza, haciendo crujir mis costillas.  Abruptamente, empuja mi cabeza sobre  su sexo, que sobresale de sus pantalones abiertos.  El olor de su masculinidad me abruma.  Sujetándome del cabello, mueve mi cabeza hacia arriba y abajo con brusquedad, hasta encajar su sexo en lo mas profundo de mi garganta, donde lo sostiene por algunos segundos.  No puedo respirar. Las arcadas llenan mis ojos de lágrimas.  Me suelta y sale intempestivamente del auto. Me indica que lo siga. Entramos en el campo, sembrado de mandiocas (Manihot esculenta). Su voz no parece la suya. Su olor, curiosamente familiar.  Del poste de alumbrado al borde de la carretera, pende un farol donde se agolpan las mariposas nocturnas.  No aquí, un poco mas allá.  Alguien podría vernos.  Las gotas de lluvia empiezan a caer.   Me besa de nuevo. Me pide que me desnude y obedezco.  Me gira con un solo movimiento. Escupe sobre su mano. Siento la presión de su sexo. Con un empujón está dentro de mí.   Su respiración es pesada.  Volteo el rostro para verlo. A la intermitente luz de los relámpagos, su rostro luce diferente.  Caigo en cuenta. Es una expresión que ví antes. Es un olor que sentí antes. Es la segunda venida del Señor de las Abejas.  La Madre mencionó en una ocasión que él había muerto hace algunos años en un trágico accidente, junto con su esposa y su hijo pequeño.  Sin embargo, no puedo evitar sentir su presencia punzante.  No parece contento de que lo observe.  Con su mano sostiene mi rostro contra el fango del suelo mientras continúa su movimiento.  De pronto, la palpitación de su carne.  Una sensación cálida.  Luego se retira. La lluvia cae copiosamente.  Con mi camiseta trato de limpiarme el lodo del rostro.  Me doy vuelta y veo que se ha ido.  A lo lejos, el ruido de su motor.  Al salir del sembrado, la  carretera desierta. A lo lejos, al este, el resplandor de la ciudad desdibujado por la niebla. En mi boca, sabor a sangre. Alrededor del farol, un halo dorado. Sobre un charco de la carretera, una mariposa muerta que oscila con la lluvia que cae.
"Dentro,
muy dentro,
incrustado en mi interior,
en mi cerebro
loop implacable,
mi voluntad destruyó"
Caribe atómico. 1998. BMG - Entrecasa

lunes, 2 de enero de 2012

Magdalena

"Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos
que nos depara en vano su carne la mujer"

Canción de la vida profunda.  Porfirio Barba-Jacob. Campiña florida (1907).


El beso (Der kuss) - detalle.  Gustav Klimt. 1907-8
Oleo sobre tela.  Österreichische Galerie Belvedere. Viena

Contemplando mis opciones, me doy cuenta que no tengo muchas.  Vivir de acuerdo con el mandato del Hambre y llevar a la realidad mis deseos abiertamente, perturbando el fragil orden social de las creaturas que me rodean, no parece ser una opcion muy sensata.  Llamaría demasiado la atención de los otros y la atención de los otros me mortifica.  Sería, además un obstáculo para mi observación.  Llevar una vida solitaria y vacía de contacto me parece mucho mejor para mis circunstancias, aunque solo en teoría, pues en la realidad la fuerza del Hambre no decrece, y por momentos se hace difícil de soportar.  Queda pues, la opción de reformar por la fuerza la configuración de mi deseo. Imponer mi voluntad ante mis apetitos. Mutilarlos y tallarles nuevas salidas.  Conseguir una hembra de la especie y hacer lo que los machos hacen.  Parece un razonamiento abstruso e impracticable.  Sólo hay una forma de saberlo.  

Estrella de la mañana.  Tinta sobre papel.  2004

Magdalena sabe mi nombre e indefectiblemente me da los buenos días cada mañana al inicio de las clases, con una sonrisa luminosa. Piel olivácea, inmaculada.  Palabras precisas, de entonación diáfana. Inteligencia clara. Corta estatura. Figura femenina, acentuadamente curvácea, como una fruta madura.  Fué la mejor amiga de D, y después de su partida pasó a ocupar su lugar en nuestro grupo de disecciones anatómicas.  Me ha invitado a su grupo de estudio.  He conocido su casa, en la parte bonita de la ciudad. Me ha presentado a su madre.  Hemos escuchado sus discos de música en Inglés.  Me ha mostrado sus videocintas de obscura cinematografía europea.  Se ha reído con mis absurdos juegos de palabras.  Hemos compartido el café y los recesos de media mañana.  Hemos repasado juntos los enormes volúmenes de los textos sentados en su sofá.  Le he recitado la lección de fisiología mientras escucha con su cabeza recostada en mi hombro.  La he besado en el cuello (el reporte Kinsey lo menciona como zona erógena),  y he sentido su estremecimiento.  Me ha besado. Nadie me había besado nunca en los labios.  Mi boca responde de manera maquinal siguiendo los consejos de Cosmopolitan para un buen beso. Mantener los ojos cerrados. Despacio y con suavidad.  Tocar los labios con la punta de la lengua. Besar sucesivamente el labio superior y el inferior. Evitar movimientos excesivamente invasivos o bruscos.  Trato de pensar en algo erótico pero solo puedo pensar en el contenido bacteriano de la cavidad oral.  Actinomyces. Bacterioides. Fusobacterium. Streptococus.  Ha tomado mi mano y la ha llevado a su seno.  Piel suave.  Carne blanda.  Tenue olor a durazno.  Le he pedido que sea mi novia.  Nuestro tiempo juntos se multiplica.  Ya no es virgen hace un par de novios. Sé que espera a que haga mi movimiento en el ritual de cortejo. La he besado muchas veces.  He masajeado sus pies.  He acariciado su cuerpo.  Mi cuerpo, sin embargo no parece responder en absoluto a sus caricias. Su madre no esta en casa hoy como es habitual.  Me ha llevado a su cuarto.  Se ha mostrado desnuda.   La he besado en los lugares que la literatura especializada recomienda.  El lóbulo de la oreja.  El hueco de la rodilla. Los muslos. El ombligo.  las muñecas.  Se estremece y gime.  Desea más.  Sin embargo, mi masculinidad permanece estática. Insensible.  Desea tocarme, pero se lo impido. Me averguenzo.  Le pido que se relaje y me deje hacer.  El Reporte Hite (1976) contiene algunas referencias en el tema del cunnilingus. Tendrá que ser suficiente.  Se retuerce de manera espasmódica.  Siempre creí que Anaïs Nin hablaba de manera metafórica cuando comparaba el olor del sexo femenino excitado con el de los mariscos, pero me doy cuenta que hablaba de manera literal.  Mariscos. Frescos y salados.  Me invade la náusea. Sus espasmos ceden. Me acuesto a su espalda. Le abrazo.  Tras algunos minutos, duerme. Al menos, ahora sé con certeza que esta táctica no es factible en el largo plazo. 

"Ayer mi boca
celó en tu boca
y no te supe besar
Dime mi amor porque no
te puedo amar"
María Magdalena.  Trigo limpio. 1977. Desde nuestro rincón. Fonogram.