viernes, 5 de julio de 2013

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"En todas las habitaciones viene un día en que el hombre
se despelleja vivo
En que cae de rodillas, que pide piedad
Que balbucea y se vuelca como un vaso
Y padece el suplicio espantoso del tiempo
Derviche lento es redondo el tiempo que gira sobre sí mismo
Que mira con ojo circular
El descuartizamiento de su destino
Y el pequeño ruido de angustia antes de las horas,

Antes de las medias
No sé nunca si eso va a sonar por mi muerte
Todas las habitaciones son habitaciones de justicia
Aquí conozco mi medida y el espejo
No me perdona"


Todas las habitaciones de mi vida.  Louis Aragon.  Tiempo de morir. 1965

"Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos."
Me encanta Dios.  Jaime Sabines.  Adán y Eva.  1952


Desastre del Val di Noto.  Autor anónimo.  1693
Grabado en cobre.  Colección privada de Jan Kozák.  

Dulle Griet saqueando el infierno. 
Oleo sobre madera
Museo Mayer van den Bergh

-Por favor suba a la báscula.  Necesitamos el peso actual para calcular la dosis de los antibióticos
-Habrá cambio de antibióticos de nuevo?
Cuesta sostenerme en pie.   La aguja de la báscula oscila irregularmente sobre el disco. 
-Ya la situación se ha estabilizado lo bastante como para poder cambiar a antibióticos orales.  Estará mas seguro en casa que aquí. En los hospitales se puede pescar una infección a cualquier momento.  39 kg
-Es casi la mitad de lo que pesaba antes de que todo esto empezara.
-Si, por eso es que tenemos que calcular las dosis por kilogramo de peso. A lo pediátrico. La enfermera de domiciliarios pasará en tres días por su casa para ver como va.  Hay que pedir cita de control para dentro de una semana.  Trate de salir lo menos posible y de restringir las visitas. Una infección oportunista es lo último que necesita en este momento.   Ahora a facturación y que les autoricen el alta.  
El cielo del medio día es abrumadoramente brillante después de tanto tiempo a la sombra.   El taxi avanza laboriosamente a través del embotellamiento de la hora de almuerzo.   Los pocos peldaños hacia la puerta de entrada de la vieja casa se agigantan, como el ascenso a una cumbre.  La Madre remueve los trastos en la cocina.  
-Le sirvo ya?
-No tengo hambre ahora.   Mas bien, si me ayuda a bajar al sótano para deshacer la maleta...  
-¿Porque no se queda mas bien aquí arriba? La pieza es lo bastante grande para los dos.
-Ya estoy acostumbrado a alla abajo.  ¿Por que no está el bebé?
-Su hermana habló con la otra abuela para que lo cuide.  Los niños a toda hora mantienen resfriándose y no es bueno que le peguen un resfriado a usted así como está.  
-¿Y mi perra?
-La están cuidando.  Aquí no había quien la cuidara. Además tampoco me parece que sea bueno tener animales aquí ahora.
-¿Donde la tienen?
-En el campo.  
-Es decir...
-No, no donde su papá.  Donde otra gente.  La están cuidando bien.  

La diminuta ventana del sótano muestra, como siempre, la hondonada donde los tugurios se apiñan como hongos que brotan sobre un tronco muerto, mas numerosos de lo que recordaba de la última vez.  Sus plásticos negros se mecen al viento junto con las verdes hojas de las plataneras.  La Madre desempaca de la maleta pijamas sucios.  En un jirón de cielo entre las nubes blancas, un fragmento moteado de arcoiris, sin ninguna lluvia.  Algo en el aire.  Una sensación   de inquietud.  Tal vez un ruido. ¿De donde viene?.  De todas partes.  Pero no un ruido.  Un resonar, tal vez.  Una vibración en el cráneo.  
-¿Escucha usted algo, Madre?
-No. La algarabía de los autobuses allá en la estación, pero nada mas.  
Un sonido, definitivamente.  Imperceptible pero punzante.  Frecuencia por debajo de 20 hercios, probablemente.   De todas partes y de ninguna. Desde abajo.  
-Vámonos. 
-Pero falta ropa por desempacar. Se siente mal?
-No.  Si.  Algo sucede.  Tenemos que irnos. 
La vibración crece y se convierte en una onda monstruosa que levanta y deprime el suelo bajo nuestros pies.  La casa entera vibra con su resonancia.  Es imposible mantenerse en pie.  Hincados, juntos, la Madre me abraza apretadamente.  Su corazón palpita con fuerza. Atropelladamente musita imploraciones a la divinidad.   El sonido ahora es un rugido que nos envuelve.  El suelo continúa revolviéndose con furia, horizontal y verticalmente.   Seguramente ha pasado más de un minuto, pero no parece detenerse.  El aire se oscurece.  La plancha de hormigón deja caer por sus grietas pequeños chorros de arena sobre nuestras cabezas.   Finalmente, el silencio. Sabor a ladrillo molido y una densa atmósfera de polvo. 
-¿Ya se termino?
-Si, eso parece, pero tenemos que salir.  Las réplicas son comunes después de los terremotos y la estructura no parece que vaya a resistir otro movimiento.   
Ninguna salida.   La escalera interior ha quedado enterrada bajo los escombros de la planta principal.  Por la pequeña ventana, en lugar del panorama de casuchas y matorrales, un amasijo de arcilla amarilla y plásticos y madera, y la cavidad desnuda del talud desprendido en lo que fue una colina.   Demasiado pequeña ventana, sellada con barrotes, no podremos salir por ahí tampoco.  Grieta en la pared lateral,  por la que puede verse el patio trasero de la casa contigua.  Si pudiéramos hacer palanca con algo.  Desprender algunos ladrillos. El travesaño de la cama es demasiado grueso y no encaja dentro de la grieta.  Las fuerzas son insuficientes.   

Un tiempo largo, indefinible.  Tal vez una hora.  Tal vez tres.  Las sombras han declinado algunos grados, siguiendo el recorrido lento del sol.  Voces.  Ruidos en la pared. El golpear de una maza.  Luz llenando la habitación.  Los rayos de sol pintan de dorado las partículas de polvo que vuelan delicadamente en el aire.  El vecino, con sus manos grandes arranca trozos de pared hasta formar un agujero lo suficientemente grande por el que escapar.  La casa de al lado persiste, aunque su tejado ha sido desparramado sobre el interior en un abanico de vigas y tejas de barro rotas.  Finalmente la calle.  Las casas de la cuadra se han fundido en una masa única de despojos.  Al este, el horizonte del centro de la ciudad esta borrado por una nube suavemente convexa,  blanca y lisa como el dorso de una seta.  La nube de la implosión de diez mil edificios.  Hay que buscar un lugar abierto.  El patio de juegos de la escuela próxima, tal vez.    

El lugar está abarrotado.  Algunas mujeres soplan sobre un fogón improvisado con algunos ladrillos, algunos maderos y una olla abollada.  Algo de café que hierve.   Una hilera de cadáveres en el extremo de la cancha de baloncesto, cubiertos con mortajas improvisadas.  La gente deambula con una expresión de perplejidad igual en todos los rostros, similar a la de alguien que es despertado en la mitad de un sueño profundo y trata de buscar algo que no recuerda que es.  Ninguna lágrima.  Nadie llora.   La niña pequeña de la mujer que pedía limosna en el semáforo, yace tendida en el concreto de la cancha. Hundimiento del hueso frontal derecho.  Un hilillo de sangre en el oído. Ojos abiertos, córneas turbias.  Ya no se acercará nunca más a los autos cuando les toca la luz roja. 
-¿Y esta muchachita?  ¿Porqué la han dejado así, sin cubrir ni nada?
-Mija, no sé.  Cuando yo llegué ya estaba.  Dicen que a la mama se la llevaron descalabrada a que la cosieran en el hospital. Y a ella la dejaron aquí, junto a los otros.  
Los párpados han empezado a ponerse rígidos.  Cuesta un poco cerrarlos.  La Madre busca en los bolsillos.  Un pañuelo para la mandíbula.  Un nudo sobre los cabellos revueltos de la coronilla.  
-Hay que amarrar, o si no la boca se les queda así, abierta.   
La Madre y la otra mujer se alejan por lo que era la calle.  De lo que había sido la casa, tratan de sacar algo a tirones por entre el enrejado. Regresan con la mayor parte de la cortina floreada que cubría la ventana. 
-Hay que cubrirlos, o si no van a venir las moscas.   
Un viejo radio de pilas da entrecortadas las noticias y la gente lo escucha en círculo.  En silencio. "Seis punto dos grados en la escala de Richter.  El estado de emergencia ha sido declarado en veintiocho municipios, sin embargo, la mayor destrucción se concentra en la ciudad de Armenia. Epicentro estimado hacia los 4.41º Norte de latitud y 75.72º de longitud oeste, en inmediaciones del municipio de Córdoba.  Pánico generalizado.  Sobrevuelos iniciales mostraron daños considerables a la mayor parte de las estructuras.  Destrucción casi completa de la zona céntrica y el sur.  Zona norte relativamente indemne, salvo algunas excepciones.  Sin embargo el espacio aéreo se encuentra actualmente restringido.  No existe aun recuento de muertos y heridos.  Las comunicaciones se encuentras cortadas por completo. Las principales vías de acceso se encuentran bloqueadas."   

Ruptura espontanea de simetría.   Tinta sobre papel.  2009

Algunos hombres llegan con cargas pesadas a la espalda, que dejan en un salón de clases convertido en bodega.  Un refrigerador, aún con el cartel que anuncia que está rebajado, pegado sobre su puerta.  Un televisor nuevo, empacado en su caja de cartón.  
-No podemos quedarnos aquí.   Hay muchos muertos.  Se puede enfermar. También hay gente mala.  Están robando en el centro y lo traen todo aquí
-Yo quiero ir al hospital.
-¿Se siente mal?
-No.  A ayudar.  Seguramente podría ayudar en algo.
-Así como está lo único que haría sería ponerlos a atender un enfermo más.  
-Ayúdeme a llegar
-Ya sabe que le dijeron que no puede exponerse.  Mas bien vayámonos.
-¿A donde?
-A casa de La Niña.  Dicen que hacia ese lado la ciudad no quedo tan destruida.  
-Pero usted sabe que el esposo de ella no nos quiere.  Especialmente a usted.
-Nadie quiere a la suegra, eso no es ninguna novedad.  Pero la familia política es familia de todas maneras.  Nos tendremos que acomodar.  

Ningún auto pasa por la autopista, que ha quedado impracticable por los escombros.  Todas las vías son impracticables.   La mujer loca de los perros, que vive en la calle, sacude con cuidado el pelaje de un perro muerto mientras el resto de la manada mira con gravedad, echados sobre sus panzas, como una avenida de esfinges.  El taller de bicicletas sigue mayormente en pie, vaciado de sus contenidos, ennegrecido por el humo, igual que la peluquería.  La gran cortina metálica del supermercado ha sido doblada y parcialmente arrancada.   Algunos granos de arroz y algunas lentejas pisoteadas en la entrada.  Cajas y bolsas vacías.  Nada mas.  El avance es lento y los pasos pesan.  La mitad izquierda de un edificio de apartamentos ha colapsado en un montón de escombros, mientras la mitad derecha se sostiene, como una casa de muñecas abierta.  La mitad de una sala con sus muebles y sus cuadros colgados en la pared.  La mitad de un cuarto con una cama precariamente al borde.  Una tubería rota de la que brota un surtidor de agua. Un sorbo.   Un momento.  La gente pasa con su cara de desconcierto.  Una pila de cascotes y bloques de concreto ocultan parcialmente un auto amarillo.  Un taxi tal vez.  De una ventanilla asoma una mano de hombre.  Rígida, fría, sin pulso, manchada de sangre. Nos alejamos.  Alguien se acerca y desabrocha el reloj de su muñeca.   La turba lanza ladrillos contra las vidrieras del único almacén de zapatos que aun conserva sus vidrieras y empaca en sacos todos los zapatos que pueden agarrar sin importar que en la vitrina haya únicamente zapatos para pie izquierdo.  

La gran iglesia de piedra se mantiene de pie en medio de un mar de fragmentos.  En otro tiempo estuve aquí, el dia de la ceremonia. Encendí una vela.  Las golondrinas volaban por el alto techo de la nave central.  Ahora vuelan hacia el cielo por el transepto vencido.  El cielo se enrojece mientras el sol se aproxima al horizonte. En el aire quieto, el olor aun leve de la corrupción de la carne.  La gente continua avanzando, como ejercito de hormigas, con sus cargas a la espalda.  Entonces, de nuevo la vibración.  De nuevo el ruido terrible. De nuevo la nube de polvo. La corteza terrestre se reacomoda pesadamente alrededor del área de la falla.  Algunas paredes que aun se resistían a caer terminan cayendo.   El suelo retorna poco a poco a su estado inmóvil, y la gente parece despertar y hay una lagrima en todos los ojos.  

La noche cae y en ausencia de electricidad, la oscuridad sobre la ciudad es completa. Ninguna luz, excepto lo poco que queda de la luna en menguante, y un millón de estrellas.   El barrio, efectivamente ha sido preservado de la peor parte de la destrucción.   Casa pequeña, de ladrillos desnudos. Una sola vela encendida. Cuarta Hermana parece contenta de vernos y abraza a la Madre largamente. La Madre acaricia su vientre redondo, pequeño todavía  y le pregunta por el hijo que viene.  El marido, como era previsto, no parece contento. Sin embargo, en contra de las expectativas, se ha ahorrado sus comentarios.  Un poco de caldo de pollo.  Algo de leche.   Algo de conversación.  No me apetece ninguna de las tres cosas.  Golpes en la puerta.  Voces.  El hombre habla con ellos afuera del umbral. Tono de alarma.  Entra al cuarto y busca su machete debajo de la cama.  Cuarta Hermana le detiene, y su voz se quiebra. 
-¿Para donde va?
-A la calle
-¿A que?
-A hacer la ronda.  Los saqueadores pueden venir.  Dicen que van casa por casa, entrando a la fuerza.
-Seria mejor llamar a la policía.
-No hay policía.  La estacion central se derrumbo.  Los que quedaron vivos se fueron para alla a sacar a los muertos.  La estacion de bomberos tambien se cayo, pero de esos no quedo ninguno vivo.
-¿Y el ejercito?
-Al batallon no le paso nada, pero estan es patrullando el norte, las casas de los ricos.  Hicieron un perímetro sobre la calle novena.  Al sur de ahi estamos por nuestra propia cuenta.  Tranque la puerta y la ventana bien, por dentro y no le abran a nadie.   

Las voces se alejan por la calle.  Hay que apagar la vela.  Hay que tratar de dormir aunque sabemos que no va a ser posible. 

Sobre el techo, en los tendederos aun se agita la ropa seca, mecida por el viento.   El paisaje es uniformemente negro, con la excepción de algunas fogatas encendidas a la distancia.  La Madre llama.  Hay que evitar el frío de la noche.
-¿Vio algo?
-No se ve nada en particular.  Escuche ruidos.
-¿Que ruidos?
-Disparos.  Tres.  Hacia el este.  



"Gime el viento en los aleros, 
desmorónanse las tapias, 
y en sus puertas cabecean combatidas por el viento las acacias, 
combatidas por el viento las acacias.
Dolorido... fatigado de este viaje de la vida, 
he pasado por las puertas de mi estancia, 
y una historia me contaron las acacias: 
Todo ha muerto: la alegría y el bullicio, 
los que fueron la alegría y el calor de aquella casa,
se marcharon unos muertos y otros vivos que tenían muerta el alma, 
se marcharon para siempre de la casa"
Las Acacias. Rodrigo Silva y Alvaro Villalba.  
Música: Jorge Molina Cano. 1916






- ¿Dónde están?
- ¿Quiénes? ¿Quiénes?
- Los hombres...
- No sé. Mira, copos de ceniza...
¡Copos de ceniza... ceniza... ceniza...!
- Han volado todos...
- ¿A dónde, a dónde?
- No sé. Construyamos un nido.
Sí, un nido, un nido.
- Pero... ¿Dónde?
¿Dónde, dónde, dónde, dónde, dónde...?
Las voces de los pájaros de Hiroshima.  
Traducción: Manuel Serrano Pérez
Música: Horacio Guarany


"Y Lloraban Las Mujeres, 
Y Los Hombres Maldecian, 
Pero Solo Era El Lamento, 
Del Chicago Que Moria"
La noche de Chicago.  Mirla Castellanos
Basado en "The night Chigago died" de Paper Lace. 1974