miércoles, 11 de enero de 2012

Epimorfosis

"Sólo tu corazón caliente,
Y nada más.
Mi paraíso, un campo
Sin ruiseñor
Ni liras,
Con un río discreto
Y una fuentecilla.
Sin la espuela del viento
Sobre la fronda,
Ni la estrella que quiere
Ser hoja.
Una enorme luz
Que fuera
Luciérnaga
De otra,
En un campo de
Miradas rotas.
Un reposo claro
Y allí nuestros besos,
Lunares sonoros
Del eco,
Se abrirían muy lejos.
Y tu corazón caliente,
Nada más."
Deseo.  Federico García Lorca. Libro de poemas. 1918


El buen samaritano.  Eugene Delacroix.
Oleo sobre lienzo. 1849.

Con gran esfuerzo, Adelaida me pasa a la silla de plástico colocada en el centro del baño.  El cuerpo, aún doblegado por el efecto residual de los narcóticos, es incapaz de sostener su propio peso.   Adelaida es la enfermera de turno de la clínica psiquiátrica.  Siempre sonríe, y trata de distraer haciendo charla trivial. Mira con bondad, y se ve en su rostro que fué hermosa en su juventud.  Vivió muchos años al otro lado del océano, lo que le dejó un curioso acento zezeante. Con la regadera de mano me lava, disculpándose por la falta de agua caliente.  Me ha dicho que, aunque no me lo parezca ahora, las cosas van a mejorar y pronto me sentiré mejor.  De vuelta al cuarto, trata de transladarme de la silla de ruedas de nuevo a la cama.  Veinte años de cargar y descargar pacientes más pesados que ella misma, han pasado factura a su columna vertebral.  De pronto, unas manos fuertes me sostienen y de nuevo estoy en cama.  Un hombre de barba roja me mira.  Este es E, dice Adelaida.  Va a ser tu compañero de cuarto.  Sé amable con él, E.  Está delicado todavía.  Me extiende la mano.  El tacto de su mano, increíblemente suave.  Una vez me siento lo suficientemente despierto, me acompaña a reconocer las instalaciones.  La clínica psiquiátrica es una caja tapiada en todas las direcciones.  Sólo entra la claridad del sol por los cristales esmerilados detrás de la reja del ventanal de la fachada.  Sin embargo, es mucho más bonita y cuidada que el hospital psiquiátrico público a donde debí haber ido por mi falta de seguridad social.  Los profesores de la facultad arreglaron el translado.  A pesar de todo, soy uno de ellos y ellos cuidan de los suyos. Los psiquiatras han acordado tratarme gratis.  Los días y las noches se hacen eternos, iguales a sí mismos.  El domingo es día de visita.  La Madre, de aspecto desolado, me pregunta las razones y no le sé dar ninguna.  Me ha traído algo de comer, pero no tengo apetito.  Luego me da un beso lacrimoso y se marcha.

Reino de los ornamentos celestiales.  Lápices blandos sobre papel. 2005

Largos días desprovistos de todo, excepto por E. En el calor del mediodía, tendidos sobre las baldosas del patio, mirando el rayo de sol que se filtra por la claraboya del techo,  me cuenta su historia y yo le cuento la mía.  Me habla de sus padres en la lejana ciudad del norte, de donde salió siguiendo a un hombre del que se había enamorado.  Vivieron felices durante algunos años y después llegaron desaveniencias de las que no quiere entrar en detalles.  Se separaron, finalmente.  Esto y ciertas complicaciones de salud le hicieron caer en la depresión.  En ocasiones guarda silencio a la mitad de su frase por algunos instantes.  Luego, un poco perplejo pregunta donde iba, y con un poco de trabajo retoma el hilo de su narración.  Le he hablado de mí.  No he querido hablar de ello con el psiquiatra,  tampoco con la Madre.  Sin embargo, su expresión franca y serena me empuja a confiar en él.  Le he hablado de mi difícil relación con la gente, de mi falta de adaptación.  De que las únicas reacciones que puedo suscitar son la indiferencia absoluta y la crueldad inexplicable.  Que posiblemente hay algo en mi naturaleza que despierta el instinto de crueldad en los otros.  Le he hablado de mi revelación personal.  De la lucha conmigo mismo por conformarme mejor a los patrones.  Del encuentro con la realidad.  De la ruptura con la realidad.  Me ha dicho que es posible la vida a pesar del rechazo de los otros, pero que es imposible con el rechazo propio.  Que debo aceptarme a mi mismo aún si los otros no llegan a hacerlo.  Que la felicidad es posible.  He extendido mi mano para tomar la suya.  Despacio, remarcando las palabras, me ha dicho que si no estoy seguro, es mejor que no lo haga.  Me he dado vuelta y le he dado un beso en la mejilla, sintiendo el pinchazo de su barba.  Me ha sonreído. Me ha apretado la mano con fuerza.  Hemos mirado juntos el rayo de sol, largamente, sin decir nada. 

Anochece. De nuevo las píldoras de antes de dormir. Después todo es quietud.  Con cuidado, sin hacer ruido, me meto bajo sus sábanas.  Me acaricia suavemente, sin prisas. Le acaricio torpemente.  Me besa con delicadeza. Su contacto me hace temblar como hoja al viento.  Huele como una mañana de sol. He tocado el centro ardiente de su virilidad.  Me he inclinado para besarlo.  Me detiene, gentil pero con firmeza.  Prefiere que mo lo haga. Que me relaje y le deje hacer.   Ha besado mi cuerpo con paciencia, sujetándome firme para controlar mi estremecimiento.  De pronto, mi sexo en su boca.  Placer.  Vértigo.  Una explosión luminosa.  Después, recostado sobre su pecho velludo, mientras me abraza,  escucho atento el milagro del palpitar de su corazón.  Pronto debo regresar a mi cama, pues el enfermero de la noche pasará con su linterna para verificar si todos duermen.  Cuando se ha ido, regreso para pasar la noche abrazado a él, vigilando su sueño, sintiéndome extrañamente seguro. 

"Amor mío:
mi corazón pesa,
cuento los dias,
cuento las horas.
Déjame dibujarte en un desierto,
en el desierto de mi corazón.
Cuando cae la noche,
con la nariz pegada a la ventana,
yo espero
y me hundo
en un desierto,
en mi desierto,
así es."
Desert.  Emilie Simon. The Flower Book. 2006

4 comentarios:

  1. Me dejas de piedra con tus relatos, me encantan y me sorprenden. Estoy convencido de que tras este blog se esconde una persona interesantísima.

    Besos.

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  2. Estimado Christian: Tu buena opinión es altamente honrosa. Espero mantener los contenidos a la altura de tus expectativas. Igualmente encuentro tus contenidos muy interesantes. Un abrazo.

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  3. Es asombroso cómo la muerte y el renacer pueden distar un sólo paso. Y cómo el camino más sufrido y retorcido puede llevarnos a destinos tan maravillosos, como un regalo de los dioses. ¡Wow!, me quedo asombrado y maravillado con esta historia, y hasta he dado suspiros, jajaja. Gracias por acercárnosla, cielo. Por cierto, no sé si estas preciosas ilustraciones, con esas germinaciones simétricas, y que me recuerdan a mandalas, son obras tuyas, porque no pones el nombre del autor. ¿Eres tú?. Besos y un fuerte abrazo.

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  4. Estimado Roberto: Efectivamente las ilustraciones son mías, me alegro mucho que sean de tu agrado, y que la historia te haya tocado de alguna manera. Ya sabes lo que dicen, que la vida es como una tómbola. Un abrazo.

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